Tristeza leve,
y esencia de soledad
que la serene.


Durante la larga enfermedad terminal de mi padre, pasé una multitud de tardes acompañándole, acompañando a mi madre, en un espacio mínimo entre cuatro paredes donde un día tras otro sucedía lo mismo mientras éramos testigos de cómo una vida se puede ir apagando en cámara lenta.
El aislamiento, la soledad y una extraña calma que se sucedían a diario me inspiraron una serie de retratos secuenciales, en los que proyecté como en un espejo esos sentimientos sobre los rostros de distintas mujeres que posaron ante mi cámara; mientras yo intentaba captar un movimiento tan sutil y constreñido como fuese posible, leve como un suspiro y atraparlo en un haiku.

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